Por Steve Borloz
“Todo ser humano tiene un ser genuino, auténtico, y el trauma es la desconexión con este ser. La sanación está en la reconexión con él”, Gabor Maté.
Cuando leo esto, parece simple, pero no lo es. La desconexión de mi ser auténtico ha sido mi experiencia, como la de muchas otras personas. Para sobrevivir de niño, aprendí a suprimir la mayoría de mis emociones, a suprimir mi voz y la ira que surgía porque no me sentía visto, validado, sostenido y apoyado. Mucha de la vergüenza que experimento hoy viene de una antigua creencia de que hay algo malo conmigo, y por ende, solo encontraré seguridad, amor y luz si encuentro la forma de “arreglarme” a mí mismo.
De niño, la única forma de manejar la intensidad de las sensaciones corporales fuertes era a través de la desconexión de ellas y, por ende, de mi ser auténtico y genuino. Para navegar mi niñez, lo que me quedaba era un sistema nervioso disfuncional que trataba de protegerme, aun cuando no lo necesitaba. Ese sistema se gatilla en cualquier momento por partes que tenían miedo o estaban llenas de vergüenza.
Compassionate Inquiry me ayudó a entender y a integrar, capa por capa, muchos de mis traumas pasados. CI me enseñó el arte de la autoindagación con gran cuidado y gentileza, aplicando preguntas poderosas y no intrusivas.
La transformación fundamental empezó cuando entré en contacto con mi cuerpo y mi sistema nervioso, haciéndome resiliente a la incomodidad de las cargas emocionales. Empecé a aprender el arte de responder en lugar de reaccionar con la ayuda de un libro llamado “El proceso de la presencia”, de Michael Brown.
Cuando me sentía gatillado por un ser querido, en el trabajo o por un compañero de entrenamiento, antes de contestar desde aquel lugar reactivo o tratar de entrar en una indagación utilizando CI para encontrar un significado, me sentaba con la incomodidad que sentía por quince minutos. Cada una de esas veces, utilicé “El proceso de la presencia” para integrar más a la carga emocional. Pronto entendí que era el pasado que me visitaba una y otra vez. Me di cuenta de que era mi responsabilidad integrar aquellas partes que fueron lastimadas en el pasado. Nadie podría hacer el trabajo por mí; ninguna demostración de validación o amor podría integrar o sanar esas partes de mí, solo yo podría conectar con ellas a través del amor incondicional, la compasión y la presencia. Cuando estaba molesto o me sentía malinterpretado, se gatillaba una huella emocional: la persona a la que culpaba solamente era el mensajero, mostrándome que aún había trabajo por hacer.
Fue reconfortante encontrar la salida del trauma, un proceso de diez semanas para emprender este nuevo viaje. Aprendí a aterrizar en el momento presente y mejoré mi capacidad de sentir en lugar de querer sentirme mejor. Aprendí sobre la proyección y la reflexión del mundo a mi alrededor, lo cual me permitió responder a la vida de una forma más tranquila y enraizada. Aprendí a permanecer consciente mientras prestaba atención incondicional a mis sentimientos. Una gran cantidad de las huellas emocionales de mi niñez se podrán integrar repitiendo este proceso cada día.
Creció la seguridad interna; mi sistema nervioso se empezó a relajar y a responder de forma más certera; y mejoró mi conexión conmigo mismo y con los demás. Tenía más autocompasión, y más amor y aceptación hacia mí mismo. Lentamente tuve más acceso a mi esencia, a mi ser auténtico, y esta reconexión con mi ser es uno de los elementos esenciales cuando aplico Compassionate Inquiry en mis sesiones con clientes. Me permite confiar en mi intuición y sentirme cómodo en esos momentos de silencio durante la sesión, en los que a menudo se desarrolla el proceso de sanación.
“El proceso de la presencia” es un maravilloso viaje que apoya el enfoque de Compassionate Inquiry. Es un complemento excelente para cualquier persona que está buscando ver más adentro, favorecer la conexión con su cuerpo, posibilitar que se revele su ser y su esencia auténtica, y permitir que las sensaciones viscerales se conviertan en el motor que guía nuestra vida.