Por Charon Normand-Widmer
Hace poco conversaba con una colega quien me comentaba ue algunos participantes del grupo BIPOC de CI (acrónimo en inglés para personas negras, indígenas y de color) reportaron que CI es “demasiado blanco” para ellos. Al ser una persona de color que ha realizado el programa, escuchar de esta experiencia me sorprendió porque la mía ha sido muy distinta.
Analicé mis reacciones. Primero sentí ira: ¿cómo puede alguien poner a este programa en la misma categoría que el colonialismo? Luego pensé: Yo solamente puedo hablar sobre mi propia experiencia, así que voy a invitar a la compasión; voy a permitirme ser sensible a la experiencia de los demás. Decidí aclarar la terminología: me pregunté qué entiendo por colonialismo, y cómo defino el trauma colectivo. Estas fueron mis guías mientras escuchaba a otras personas de color hablar sobre el trauma colectivo, enmarcando a CI como un programa “muy blanco”.
El colonialismo y el trauma colectivo son dos fenómenos distintos, pero están conectados y tienen un impacto profundo a largo plazo en las sociedades y en individuos alrededor del mundo. Mientras el colonialismo se refiere a la denominación política, económica y cultural de un grupo o nación por sobre otro, el trauma colectivo se refiere a las heridas psicológicas y emocionales que experimenta un grupo de personas como resultado de experiencias compartidas de violencia, opresión o injusticia. A pesar de las diferencias, tanto el colonialismo como el trauma colectivo comparten puntos en común en cuanto los mecanismos de poder, la exploración y los legados de dejan atrás.
El colonialismo a menudo está impulsado por las ambiciones imperialistas y la búsqueda de recursos y territorio, lo cual involucra la subyugación de los pueblos indígenas, la imposición de un mandato extranjero y la explotación del trabajo y los recursos naturales. Este fenómeno opera a través de sistemas de dominación y control que perpetúan las desigualdades y suprimen la agencia y autonomía de las poblaciones colonizadas. Los efectos del colonialismo son extensos y multifacéticos, y comprenden la explotación económica, el borrado cultural y la violencia física. Estos legados coloniales siguen dando forma a las dinámicas de poder, a las estructuras sociales, y a las identidades en sociedades poscoloniales, a menudo reproduciendo ciclos de pobreza, marginalización y conflicto.
Por otro lado, el trauma colectivo surge de experiencias de violencia masiva, desplazamiento u opresión que generan daños a nivel psicológico y emocional en comunidades o poblaciones enteras. Este tipo de trauma no es solamente individual, es colectivo porque pasa por generaciones y está enraizado en la memoria colectiva y en la identidad de un grupo.
Al confrontarnos a los legados del colonialismo y el trauma colectivo, es esencial reconocer que estos fenómenos están conectados y que tienen un impacto duradero en las personas y en las sociedades. Sanar el trauma colectivo requiere abordar las causas de la opresión y la injusticia, incluyendo los efectos del colonialismo y la violencia sistémica. Este proceso involucra el reconocimiento y la validación de las experiencias de las comunidades afectadas.
En mi camino con CI, he explorado el concepto de la comunicación no violenta, una herramienta muy poderosa para reconocer cómo el lenguaje puede estar cargado de la violencia de la colonización, y cómo este se permea en nuestro diálogo cotidiano. Esta conciencia resaltó la importancia de reevaluar y darle nueva forma a las normas lingüísticas. Adicionalmente, he tenido el privilegio de explorar las ideas de Thomas Hübl, cuyo trabajo se centra en entender y abordar el trauma colectivo a nivel social e individual.
Como estudiante de CI, encontré que el enfoque invitacional fue particularmente esclarecedor. Esta metodología me alentó a empezar un camino de autoexploración durante mis sesiones, creando un espacio seguro para confrontar y procesar las emociones y experiencias que surgían. A través de este proceso introspectivo, adquirí plena conciencia de la presencia del trauma colectivo y generacional en mi propio sistema nervioso, llevándome a reconocer y validar los legados intergeneracionales que le han dado forma a mi identidad.
En nuestro rol como practicantes de CI, se hace cada vez más evidente cómo el amplio espectro del colonialismo y la violencia sistémica se permea en nuestras interacciones con consultantes. Reconocer esta realidad nos permite cultivar más sensibilidad y compasión hacia las experiencias de otras personas. Aunque quizás no compartimos la realidad de nuestros clientes, nuestra humanidad compartida significa que tanto el practicante como el cliente tienen la capacidad de sintonizar con el momento presente. Al mantener un estado de sintonía, los practicantes de CI pueden contribuir de forma activa a la creación de un espacio terapéutico seguro y propicio para el compromiso social y la sanación.
Entender el trauma individual y colectivo, y las formas en que se manifiesta, es importante para nuestra práctica. Cuando aplicamos un enfoque holístico que reconoce la conexión entre la mente, el cuerpo y el espíritu, podemos brindar apoyo a nuestros clientes en su camino hacia la plenitud y la sanación. Esto requiere la voluntad de confrontarnos a las verdades incómodas y a navegar la complejidad del sufrimiento humano con gracia, empatía, compasión y sintonía.
En conclusión, mi exploración de la comunicación no violenta y el trauma colectivo en el contexto de CI ha profundizado mi comprensión de las complejas dinámicas que caracterizan la interacción humana. Al promover una cultura de empatía, compasión y autorregulación, podemos trabajar en conjunto para crear una sociedad más justa y equitativa. A medida que continuamos el viaje hacia el autodescubrimiento y la transformación, sostenemos el compromiso de honrar la dignidad y el valor de cada individuo, creando un mundo donde puedan florecer la sanación y la reconciliación.