Por Luke Sniewski
Gatillos: todos lo experimentamos. Como muchas otras cosas que la mente categoriza como “incómodos”, generalmente percibimos los gatillos como algo malo o que debemos evitar. En otras palabras, cuando estamos gatillados, la mente percibe que algo anda mal. Sin embargo, los gatillos pueden ser catalizadores del cambio; pueden abrir la puerta al crecimiento, a la sanación y a la transformación. A medida que desarrollamos la capacidad de notar, sentir y relacionarnos con nuestros gatillos de maneras más compasivas, estos revelan caminos directos hacia el crecimiento, la sanación y el cambio real.
El mensaje real
Como muchos de mis amigos y colegas de Compassionate Inquiry, he pasado por varios ciclos de lectura y análisis de El proceso de la presencia, de Michael Brown. En su libro, Brown conceptualiza acertadamente a las personas y situaciones que nos gatillan como “mensajeros”, y no como el mensaje real. El gatillo es el mensaje. Cuando nos enfocamos solamente en el mensajero, nos perdemos de recibir lo que el gatillo nos puede brindar.
Cuando estamos gatillados, nuestro cuerpo envía una alerta de que algo significativo está pasando. Se desencadena un flujo casi instantáneo de reacciones psicológicas en nuestro cuerpo de manera tan rápida que, si no estamos atentos, puede tomar el control de nuestra capacidad para tomar decisiones. Aun cuando estamos prestando atención, el gatillo puede ser tan intenso que nuestros mejores esfuerzos de conciencia logran solo ralentizar o pausar una reacción, porque está totalmente determinada a completarse.
El gatillo inicia una reacción enraizada profundamente en el sistema nervioso, que es protectora, defensiva y adaptativa por naturaleza. Nuestros protectores –formados y forjados en la infancia temprana– simplemente están haciendo su trabajo. La mente, sin saberlo, culpa a algo externo, buscando evitar el estado de agitación y malestar al manipular las circunstancias externas. Si somos capaces de pausar, suavizar y quedarnos con el gatillo, podemos recibir el verdadero mensaje: el contenido fisiológico puro de lo que está detrás de esa protección.
En otras palabras, no te aceleres a culpar al mensajero. Es difícil no hacerlo, porque las historias de nuestra mente pueden ser muy atractivas y convincentes. Como todas las cosas relacionadas al cambio real y auténtico, es más fácil pensar en algo que hacerlo. Lo que necesitamos para convertir las intenciones de nuestra mente en sabiduría experiencial es práctica.
El único momento en el que el cambio es posible
Todos queremos cambiar, pero pensar, planificar y crear estrategias de cambio no es cambiar. El cambio real solamente ocurre cuando nos enfrentamos a la oportunidad de elegir algo que no sea nuestra reacción condicionada. Es en ese momento –cuando nuestro cuerpo y el sistema nervioso nos jalan en una dirección (nuestro destino preprogramado y condicionado), y en su lugar elegimos responder con lo que está alineado a nuestra autenticidad y a nuestros valores– que accedemos a la experiencia del cambio. El cambio, por ende, solo es posible cuando estamos gatillados. No es una tarea fácil elegir el camino menos transitado.
Por supuesto, esto supone que tenemos el poder de elección. Ya sea que tengamos acceso a una elección en el momento en que surge un gatillo o no, depende de muchas variables: la más importante es la conciencia de uno mismo. Pero aun cuando somos conscientes, rápidamente nos damos cuenta de que, al responder a nuestros gatillos, es difícil resistirnos a la ola psicológica de un gatillo activado. Aquí es donde la práctica juega un papel fundamental.
Si ejercemos el notar, estar con, y abrazar nuestra experiencia a través de prácticas de respiración, meditación, yoga e incluso exposición al frío, estamos practicando una forma distinta de relacionarnos con nuestra experiencia interna, a la cual podemos acudir cuando los gatillos —esos preciados momentos de cambio— surgen. Así como la terapia de conversación por sí sola no es suficiente para procesar, integrar y sanar el trauma, la aceptación intelectual nunca será suficiente para superar un gatillo. Se necesita práctica.
Finalmente, es crucial reconocer que estar gatillado no necesariamente significa que estamos desregulados. De hecho, la experiencia de estar gatillado puede coexistir con la sensación de seguridad. Esto es importante para ti como ser humano y como guía profesional. Podemos sentir seguridad, a pesar de que nuestro cuerpo está atravesando una experiencia de malestar. Podríamos argumentar que los terapeutas deberían practicar profundamente esta habilidad, ya que la capacidad de sentarse con el dolor de un cliente es necesaria para profundizar el trabajo que hacemos. Al reconocer y entender nuestros gatillos sin sucumbir a las emociones abrumadoras, obtenemos la habilidad de navegarlas con más destreza, transformando momentos de intensidad en catalizadores para generar un cambio positivo.
A medida que vamos profundizando en el viaje del autodescubrimiento, los gatillos emergen como regalos y oportunidades de crecimiento, sanación y cambio. Al variar nuestra perspectiva para ver a los gatillos como el mensaje –para abrazar el malestar que traen–, desbloqueamos el potencial de una profunda transformación.